lunes, 20 de octubre de 2014

Qué malos son los vicios


Me miraba con una borracha mirada de felicidad. Lo que no pensé es que la resaca le borrara esa mirada. Me creí cada palabra de garrafón, a la vez que se bebía cada parte de mi cuerpo sin importarle el grado que tenía de alcohol. Me abrazaba como si no me fuera a soltar nunca, se relamía los labios antes de besarme y sacudía la cabeza al probarme como si nunca hubiera saboreado algo tan fuerte. 
Intenté que riera por nada, que bailara sin vergüenza, que gritara todo aquello que nunca gritó, que brindara con la luna y encontrara el hipo de amor. 
Entré tan rápido que le hice perder el control, haciendo eses de sensaciones, incluso provocándole lágrimas de orgasmos. "Tú me quieres, yo te hielo" fue la frase susurrada a su oído durante la noche, y me regaló una sonrisa aturdida.
Me gustaba provocarle esa situación de desenfreno, de pasión por alcanzar el cielo. Pero... amaneciendo y perdiendo los papeles terminé estrellada contra el suelo y el corazón hecho vidrio para tirar a un contenedor.


Ay, qué malos son los vicios, ¿no?

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